16.5.08

El final (2004)

En aquel poema para la, otrora blonda, beldad que pobló mi alma y mis sueños logré confesar que ya no puedo despojarme del gris matiz que dibujó la mano que, entonces, era dulce al tacto.
Al diluirme en el absoluto recuerdo de las cosas que soñaba de niño, llegaban las imágenes de aquel entonces. Al tiempo creí escuchar las voces que hicieron delicado tu interior. Tan breve es la niñez y tan breve el año en que conocí a la maestra que dejó, en mi, las primeras secuelas de amor, las más dichosas.
Así, pese a alguna que otra derrota, siempre encuentro las palabras que recuerdan, y recordarán, lo que a mi otoño, tus luces le dieron: un lugar, un sueño irreal. Acaso el único argumento que nos quedaba en esos días era llorar, hacer llover el cielo de los dos, el mismo que compartíamos en aquellas mañanas. Como sea, siempre será de mi pluma y mi pasión volcar todas esas cosas del ayer en cada historia que la memoria y el deseo me inviten a escribir.
Me he preguntado, de volar ¿adonde voy?. La sed que me gobernaba llegó a su fin cuando pude beber de aquello que, oculto, vive tras el velo de tus ojos, de lo que no quise huir.
Conocí a la poetisa en los tiempos en que enloquecía y me daba cuenta que el crimen es mentir amar, que en lo predecible de mis manos y lo cabal de mis palabras hay un solo prisionero. Y aunque ella se sintiera culpable, el único era, quizás, yo.
Muy poco dura en este mundo el aire para dos cuando lo respiran juntos. Sin embargo, cuando pude librarme de sus palabras y frases de imán (que magnetizaban mis sentidos) sólo pude saberme perdidamente solitario, sin rastros de la inmensidad que su aliento daba a mi existir. (Tu rostro sólo podrá ser el mejor retrato de lo que mi mente dibuja y mis manos son incapaces de pintar).
Respecto al olvido, lo he perdido a manos de la tristeza que me queda en las noches de intentar, y no poder, dormir. El ángel se hace presente en cada sueño donde retornás y en los que yo me voy a buscar un desierto que está cada vez más cerca y en donde busco la respuesta a mi desazón.
La última vez, en las arenas vagando, hallé una niña que entre llantos se ocultaba. Cuando por fin respondió a mi pregunta de qué le sucedía, me dijo que lloraba porque ella pensaba que en la vida todo era amor pero que, en realidad, sólo iba a nacer, crecer, morir y no amar. Al filo de sus ojos grises y al oír su virgen, dulce voz sentí que había durado cien años, un segundo. Le dije que mejor que el que llora es el que ríe y me dijo que no tenía motivos para reír y que desde siempre son sus ojos, ojos que llueven y que ya no volvería a reír, jamás.
Le hablé de un campo, donde las flores crecen hasta el infinito y donde el viento sopla sólo canciones alegres y que eso existe y es de verdad. Escribí el nombre del lugar en la arena y me creyó. Le hablé del mar azul y de sillas blancas donde descansar, y sonrió. Seguimos hablando y me preguntó cosas sobre hoy, ayer, mañana y por siempre. Durante cuarenta y ocho horas fue así, ella preguntaba y yo le contaba cosas que le hacían reír. Y reflexionando me encontró la noche, de estrellas, sin nubes. Pronto no supe más de ella. Había ido a disfrutar de su felicidad con seres más importantes que yo.
Seguí mi camino y así pude conocerte mejor. No te veía desde que en 1995, te encontré al dormir, no quise despertarte y me fui. Desde el mar te recordé, nostálgico y sé muy bien que hice mal el día que crucé al verte tan perdida, encapsulada en los recuerdos y quise saber más de lo que querías mostrar.
Habla de mi todo aquello que iluminó el brillo de tu piel y nos dio aquel extraño, inmóvil, triste sol en el verano que como profeta me llevó a pensar en vos, otra vez.
Pequeñita como eres, no entiendes, ni entenderás el por qué de mi encierro en lo que llamo mi celda y en donde escribo mi herencia en las noches.
Es simple. Todo gran perdedor siente a la mentira como algo tan real y luego, en el fin, vive eternamente su propio luto. No digas nada, cada una de tus inferencias es una apariencia que tortura. Sientes el frío salir de mi boca y sabes que mis pinceles dibujan otras muertes que ya no tienen nada que ver con extrañar de vos. Así, indiferente, tejo un eclipse que hace sombra en vos y en la soledad. Y este día de olvido, en un lugar oscuro, pensando me convierte en el recolector de palabras y canciones. Porque hoy soy el rey, la alteza presa de la peor pesadilla que es este bello mal.
Del tiempo siempre surgirá la revelación que ilumina todos los misterios aunque me cueste estos siglos de ausencia, de sentirme ausente, y mis palabras leer y releer por siempre.
Mi eterna nostalgia será la playa en donde tus ojos juegan tiro al blanco con mi emoción, y será que necesito desprenderme de las hadas madrinas que atesoran, esta, mi condición.
Hoy, cuando más superficial me sé, disfruto el haber sido tu presa, recordando los momentos en que ese espíritu adolescente que me habita, se regocijaba con vos.
Pero en tu mundo ni me ves. Pasan los inviernos cargados de luces y soledad pero los astros no se vuelven a juntar.
Si supiera que te amo, sabría que voy a ser tu voz y que vos vas a ser las auras que adormecen mis desvelos. Es un mensaje del corazón al corazón... a lo más distante de tu estrella.
Todo este reencuentro busca contar de mi lo que de vos me hizo crecer y creer. Fui aquel carcelero eterno de mi propia vergüenza, al sentir tanto miedo en aquel tren que me condujo a vos. La tarde de aquella noche ni soñaba esta elegía, disfrutando el paseo al que me invitaste, por un río... un lugar más bello que el mar, al menos para mi.
Hoy soy el insomne, el derrotado. Al momento que te digo esto, viene a mí Agosto, febril, y temo pensar que, aún en mi vejez, me acorralará la tempestad que trae el recuerdo de tu amor. Abrázame, vuelve a defenderme de la tempestad, despiértame otro día con tu voz, multicolor.
Siento que me he robado el existir y que he vuelto a ser lo que fui: un ser imaginario que nunca está despierto ante lo real.
Sé que he sido un circunstancial guardián de ti en los días que soplaba el viento otoñal y que de vos se apoderaba la sensualidad. Y el agua no podrá curar el infinito castigo de no poder ser igual a ti y que el sueño vuelva a ser de mi, de ti, de los dos.
Eras la lupa que acercaba todo la vida que estaba distanciada y que nunca cruzó el puente hasta aquí. El silencio de tus pestañas, acordes a lo exacto de tus labios que en las oscuridad de los ojos cerrados, me fundían.
Desde entonces mil veces te escribí, hasta el día en que tuve el mal sueño donde el navegante retornaba el bosque de mi mayor temor. Desde entonces desmantelo uno a uno los versos intentando dar con otro motivo que justifiquen el haberlos redactado.
Uno a uno he visto, por el hall, tirados mis días, todo lo que intento pintar y sólo queda de gris. Desde el último viaje piensas difícil en mi, desde el arribo me he convertido en el invernante. Lo que me asombra es haber sido ese ser, el anterior.
El puente hacia mí, el que te acerca a la huella del mar, lo he recorrido yo, el ángel triste, y ahí te encontré a vos, la reina del frío. Y en aquella alborada que nos vio juntos, el anónimo sol me supo peregrino del río que te pertenece y en la sola búsqueda de tu ser.
No pude rescatarte para, así, rescatarme a mi mismo. Y al ver lo que dejas caer, me he dado cuenta (lamento la demora) que si antes no debí saberlo, hoy no puedo preguntar.
Sólo queda en mi la extraña y agridulce dicha de saber que no eres de ese mundo lacrimal al que quise desafiar con mi presencia. Afortunadamente no es tu mundo así, aún cuando preferiría compartirlo.
Hoy recorro hacia atrás las estaciones de la ida, ajeno a las teas que de alguna forma alumbraron esta mentira que construí con mi imaginación.
El tiempo atrás siempre guardará de mi, el último adiós.
Puede ocurrir que en un arrebato se despierte en mi desolación el deseo de una huida de esta lejanía y fluyan en mi las ganas de acercarme a vos y a la insignia silenciosa de tu belleza, que me invita a respirar la luz, los brillos que provienen de tu piel en forma de aromas, irresistibles, los que ponen fin, y dan comienzo, a la vigilia de mi corazón.
Sé que ya lo sabes, eres de mí la influencia, e inspiración de mis momentos eternos, taciturnos y reflexivos. La calma a mis instantes tormentosos, agobiados y nunca sosegados que me llenan desde que en niño me convertí.
He llegado hoy hasta tu lado en la forma de todas estas palabras y ¿dónde te vas?, tan lejos... Así fue que mis tardes volvieron a ser como las de aquel día que una noche te conté y en el que soñaba me acompañaras a crear un día risueño donde, por fin, pudiera no encontrar más motivos para construir (como esta) historias y con ellas los jirones (mi libro).

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