16.5.08

La prisión (2002)

Asomé la cabeza al sol. Vi hasta donde las rejas me permiten y el sol, delator, no prohíbe. El sol. Hace años que lo espero, hace meses que no lo veo. Pero no necesito de él. Sí, quizás, verlo. Solamente eso. Ya, después, no tengo deseos. Prefiero encerrarme.
El azul ya se ha manchado de blanco y, donde empieza el rojo, termina el blanco que ya no es tal. Un poco más allá, el espejo. Lo evito. Tal como, quizás, evito todo lo que me revela la verdad. Lo objetivo. Si no pensara que esquivo la verdad diría que me atrae lo que me engaña.
Soy escéptico. Dudo de lo que me ayuda. Confío en lo que me rechaza. Más allá de lo que me da la realidad, lo que me dice la verdad, está lo que siempre planeo ordenar y arreglar. Pero nunca lo hago. Mi encierro debe ser así, desordenado y rutinario. Evocador. El sosiego en el desasosiego. El abandono de la desesperanza. La esperanza en el retorno. Y el retorno a mi encierro.
Extraño lo que quiero. Quiero lo que extraño. Lo que sé que quiero es extraño. Y es mutuo. Todo es mutuamente extraño. Pero querer no es mutuo. Hasta que dejo mi encierro, mi escepticismo, y mi rutina. Y ahí es donde empiezo a construir una verdad y a disfrutar el sol. Luego retorno y empiezo a extrañar. Y la verdad ya no es verdad. El sol ya no es el sol. Y retorno a mi encierro, a mi rutina. Sí... tres días son demasiados.

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